Al estar basada en evidencia comprobada, la probabilidad de cometer algún error disminuye drásticamente. Así mismo, el riesgo de que los usuarios presenten complicaciones luego de la intervención se reduce, salvo en situaciones específicas donde la enfermedad no lo permite. Esto contribuye a que el paciente colabore más con el profesional a cargo y evite caer en estados fisiológicos que podrían alterar los signos vitales y causar diagnósticos errados, como por ejemplo caer en un estado de ansiedad que podría alterar la presión sanguínea, entre otros.
Pero el arte de la profesión, es decir la capacidad de improvisar y de llevar a cabo las técnicas haciendo uso de las propias capacidades personales, también es importante y no siempre va ligada al conocimiento científico. Esto se evidencia en la práctica clínica, ya que solo basarse en las certezas no produce la misma riqueza que se obtiene al momento de atender a un paciente acomodándose a sus requerimientos físicos y psicológicos, ni tampoco cuando hay una situación de urgencia que requiere la improvisación del equipo de salud.
Sin embargo, así como es necesario el arte de la disciplina, también es necesario tener una base en la cual sostener la improvisación. Estos conocimientos son los que forman los cimientos de cada disciplina, le dan seguridad, determinan su campo de investigación y sus propios fundamentos. De no ser por aquellas investigaciones que duraron años y que revolucionaron el mundo de la medicina, muchas enfermedades serían intratables, incurables y no tendrían cuidados adecuados para mejorar el estado de salud. Es por esto que, sin desmerecer la capacidad que tiene cada persona de mejorar alguna técnica o de contribuir a este conocimiento con su intervención e improvisación, es tan necesario tener evidencias que avalen las prácticas clínicas.
(1) - Sociedad Científica española de Enfermería (2009). Evidencia Enfermer. Rescatado el 31 de mayo de 2010 de, http://www.scele.enfe.ua.es/web_scele/evidenc_enfermer.htm